(sin título)

Reinhold Messner (17 de septiembre de 1944) es un alpinista italiano de lengua alemana que se convirtió en la primera persona del mundo en escalar las 14 cumbres de más de 8.000 metros y ser la primera persona en ascender el Everest en solitario y sin ayuda de oxígeno en 1980, así como al Nanga Parbat (montaña que años antes arrebató la vida de su hermano) en las mismas condiciones. También cruzó a pie la Antártida sin ayudas externas.

Este libro es la filosofía de una persona excepcional que ha inspirado a muchas personas a superar sus limitaciones y a creer en sí mismos. Aquí os dejo un extracto de las perlas que encontré leyendo su libro:

En esta vida no nos está permitido permanecer tal como somos…

Vivir consiste en primer lugar en expresarnos, en desarrollar nuestras capacidades, en experimentar nuestra humanidad.

No he alcanzado el éxito por ser especialmente fuerte, resistente o valiente. Hago ante todo que mi quehacer tenga un sentido. Y en este proceso me he convertido en lo que soy, mucho menos por mis éxitos que por mis frecuentes fracasos. Y si todavía estoy vivo, tengo que agradecérselo en parte a la suerte. No soy perfecto. He cometido errores una y otra vez. Soy un ser humano.

Mis éxitos junto a mis fracasos son la base de mis experiencias.

La capacidad técnica no es decisiva, y si lo son en cambio las exigencias que me planteo a mí mismo.

No quiero afirmar que sólo yo puedo hacer aquello que los demás no han hecho todavía. Incluso creo que la mayor parte de las personas-con el entrenamiento y la experiencia correspondiente, así como también con la edad adecuada-hubieran podido ascender a la cumbre del Everest o marchar a través de la Antártida, sin más que haberlo querido con la misma de energía que yo y haberlo llevado a cabo con la misma intensidad.

Todo comienza con un sueño de él nace una idea. Al concentrarme y trabajar sobre ella-durante semanas, meses, años-surge un objetivo. Una determinación callada enciende ni en la acción. Todas y cada una de las ascensiones comienzan en la cabeza. La montaña ahí afuera es sólo la correspondencia material. Identificar ese única y exclusivamente con una sola meta es ser uno mismo la meta.

El camino correcto hacia el éxito es tan raro como el buen ser humano.

He renunciado intencionadamente a la superioridad humana basada en la tecnología, para hacer que surjan las capacidades humanas, para conocer mis fuerzas y mis debilidades.

¿Cómo he de entender que el miedo es la otra cara de la valentía si el peligro no existe? El valor no existe sin el miedo.

Para mí, escalar montañas no consiste en conquistar una cumbre cualquiera. Cuanto más alta sea la montaña que tengo ante mí, mayores serán la duda y el miedo en el interior. Montañas gigantes significa abismos gigantes dentro de nosotros mismos, en los cuales podemos caer.

Sólo tras una larga preparación, después de haberse ocupado intensivamente de la montaña, crece en nuestro interior está resuelta energía que conduce a la cumbre.

Soy fuerte si aquello que hago, lo hago con entusiasmo, si se corresponde con mi espíritu. Cuanto más tiempo haya estado ocupándome con mi objetivo (incluso aunque antes haya dudado del posible éxito), cuanto mayor sea la energía empleada para poder dar el primer paso, mayor será más tarde ni motivación.

En mi vida como explorador de los límites no siempre he tenido éxito. Y he aprendido más de las expediciones fracasadas, que de aquellas coronadas por el éxito.

El alpinismo lleva aparejado el riesgo. Pero yo nunca escaló para morir. Por eso la disciplina del riesgo aparece como un contrapeso a la ambición. La disciplina del riesgo significa mantener los ojos abiertos, prepararse, entrenarse, dominarse, limitarse.

No importa la altura de la montaña o el tamaño del desierto del que me ocupo. Lo que resulta decisivo es la intensidad con la que lo hago. La mayor intensidad posible supone también el fanatismo. Sé que esta expresión tiene una carga negativa, pero yo la defiendo. Sin fanatismo, y a pesar de lo limitador que resulta al mismo tiempo, no se pueden alcanzar metas de una dificultad extrema.

Al escalar me concentro por completo.

Caminar, vivir en el desierto de hielo, se corresponde con la meditación. Es algo que vacía. No hay ningún tipo de distracción.

Distanciarse de uno mismo es un requisito básico para poder tomar graves decisiones.
Cumbre del Nanga Parbat

Cada vez me interesa menos la altura a la que puedo subir o la distancia que puedo caminar son los abismos de mi alma, el hecho de estar perdido en la soledad, lo que influye sobre mi curiosidad.

Cuando el peligro se agranda, la derrota parece probable y la soledad se prolonga, todas las máscaras caen. Desde este punto de vista, el fracaso es tan importante como el éxito.

El fracaso, visto desde una perspectiva humana, sólo tiene ventajas. Humaniza. El éxito frecuentemente implica la deshumanización.

El aprendizaje es algo que avanza a pequeños pasos.
A la desesperanza que se vivía frente a nosotros, aparentemente interminable, a 8800 m de altura, o pusimos nuestra tozudez.

Avanzar en el límite de la capacidad de rendimiento sólo es posible para aquel que escoge el camino de los pasos cortos. Pasito a pasito se pueden desplazar las fronteras. En cuanto se A y B son posibles, también puedo hacer que sea posible C. Ahora mi nueva utopía susceptible de hacerse realidad se llamaba Everest en solitario.

Experiencias pasadas, me dieron la fuerza psíquica, la seguridad en mí mismo y la experiencia suficiente como para intentar la ascensión en solitario a la montaña más alta de la Tierra.

El miedo es un acompañante perpetuo. Sin miedo, un explorador de los límites no vive mucho.

Tenía pesadillas todas las noches… Las dudas sólo desaparecieron al iniciar la marcha.

En la nada, sólo los obstáculos permiten orientarse. Podemos aferrarnos a ellos a lo largo de la noche, durante una pausa para descansar, y a continuación poner rumbo hacia un nuevo punto invisible. Este modo de avanzar es como la vida en sus comienzos.

Ni camino se basa en intentarlo y en superar las equivocaciones.
La cuestión de si deberíamos inventar siempre de nuevo nuestro mundo surge fundamentalmente al fracasar.
La exposición al peligro moviliza en nosotros fuerzas cuya existencia desconocíamos. Y la exposición al peligro se incrementa con frecuencia al fracasar.
Es importante el reconocimiento repetido de las propias limitaciones, sobre todo frente a las fuerzas de la naturaleza.

Para mí es tan evidente como la noción de que, en general, el riesgo es algo que corresponde a una vida vivida con intensidad. Un artista, un deportista, un hombre de negocios, cada uno en su ámbito, aceptan los riesgos. Y crecen superándolos. Los riesgos son las resistencias que reconocemos, si tomamos en cuenta y que frecuentemente deseamos. O bien las soslayamos. Quien mejor dominio la gestión del riesgo, tendrá un éxito mayor.

A la larga sólo puedo tener éxito si el fracaso está permitido. ¿Cómo podría jugar sin perder, sin fracasar?
Con frecuencia he salido de una situación de fracaso con una nueva capacidad de decisión y unas ideas más claras acerca de la realidad. He necesitado 30 expediciones para alcanzar los 14 ocho miles.

Y si al final he alcanzado la meta, también se lo debo al hecho de haberme levantado siempre, de nuevo en el rendido nunca. Todos nosotros somos Sísifo, y no podemos permitir que el descenso nos amargue la fiesta. Mi objetivo vital, contemplado desde una perspectiva amplia, es llegar a ser más sabio. Ser sabio significa haber tenido experiencias, significa distancia, tolerancia, amplitud de miras.

Ser sabio no significa ser pasivo. Sólo aquel que no se arriesga no cometer errores. Hacerlo por precaución o por miedo al fracaso resulta secundario. Pero el miedo al fracaso no sólo frenar el acto en sí: también retarda el proceso de adquisición de la experiencia en la vida y de la sabiduría.

Hacer transbordo para seguir avanzando.

No es la montaña (el reto), lo que está ahí para ser investigado, sino la persona.

Pensar de modo pretencioso, sin entusiasmo, creatividad ni motivación, no sólo frenan el rendimiento, sino que también conduce a un círculo infernal de pérdida de energía, ausencia de sentido y privación del placer.

En el recorrido extremo que ha salido bien se encuentra una vivencia del éxito que, personalmente, me ayuda a construir una imagen positiva de mí mismo. Esto se puede trasladar a todos los ámbitos de la vida. Yo siento cada hecho logrado como una condecoración que yo mismo me otorgó. La autoestima a aumentar y permanece. Si bien, no lo hace internamente. El fracaso repetido debilita.

Yo escuchaba con una sonrisa los muchos reproches de personas serias que sólo contemplaban la vida por la televisión, y únicamente puse punto final a mis locuras cuando ya no pude entusiasmarme con este aspecto de los recorridos extremos.

Los primeros pasos son los difíciles. A cualquiera le tiembla los pies cuando se va abriendo su propio camino muy arriba sobre el abismo.

Yo sólo puedo alcanzar un rendimiento óptimo si sigo mi ambición y hago lo que me corresponde.

Si no fuera a morirme, viviría de otra manera. Pero ya que voy a morir, de ahora en adelante quiero vivir de un modo más intenso. Mi existencia no tiene un sentido determinado de antemano. Soy yo quien debe encontrarlo. También ahora. A partir de este reconocimiento, crece en mí la confianza de poder continuar por el camino que tome en la montaña. Así pues, la tragedia me ha hecho crecer. Por lo tanto la muerte ayuda a definir un sentido. A causa de las amputaciones que sufrí-la mitad de los dedos de mis pies y las yemas de tres dedos de las manos-ya no podré escalar tan bien como antes. Pero a mi hermano no le serviría de nada que yo me quedara en casa (murió con él escalando una montaña).

No creo que haya nacido para algo más elevado. El ser humano nace con todas las características necesarias para ser una persona, con todas las capacidades y las posibilidades para tomar en sus manos todo su ser y poder reconocer sus límites. Nada más.

Conferir un sentido constituye la mitad más arriesgada del esfuerzo de la vida.

Yo algo que algo (una cosa, una actividad, una idea, una persona) tenga un sentido cuando la encuentro fascinante, bella e importante. No sólo tenemos el derecho, sino también el deber de otorgar un sentido. Permitir que otros otorguen un sentido a la propia vida es algo que ciega.

Una experiencia límite no debe resultar sólo una anécdota, tiene que conmover.

Para mí es más importante desarrollar nuevas estrategias que alcanzar la cumbre. Pretendemos ser fuertes a través de la sencillez de la estrategia, y rápidos en el desarrollo operativo.

Despacio, infinitamente despacio vamos ganando altura. Ya hemos alcanzado la zona de la muerte (aproximadamente 7600 m). Naturalmente está la mosca sin equipos de oxígeno. Las pausas para descansar son obligatorias, la asociación exige toda nuestra voluntad: 20 pasos y a continuación una larga pausa para descansar; luego otros 20 pasos. Hace horas que ascendemos a este ritmo. Cuando después de cada pausa la sangre se enriquece de nuevo con oxígeno, la voluntad regresar de nuevo y seguimos escalando.

En la acción se lo que es correcto y lo que no lo es.

El valor no puede verse como algo separado del miedo. Es la otra cara del miedo. El valor no tienen nada que ver con el desprecio a la muerte o el gusto por el riesgo. Para mí, nace del conocimiento de que puedo jugar mi juego según mis propias reglas.

El valor para arriesgarse procura nuevos conocimientos.

La visión es un requisito básico. Ella y la identificación con la meta hacen que nuestra motivación crezca durante meses hasta llegar a esa energía de la voluntad que transforma el cuerpo en una flecha. Sólo la energía acumulada puede llevarle a uno lejos. Hace explosión o implosión al actual.

A la larga, el éxito depende de la capacidad para desarrollar visiones poderosas y de la lealtad con uno mismo.

Aquel que no sólo tenga ideas o sueña con ellas, sino que además permita que crezca, moldeando las para conformar utopías reales, y a ello añada la fuerza, la resistencia y la perseverancia necesaria para llevarlas a la práctica, siempre está cambiando algo. En contraposición a aquellos que siempre se muestran conformes con el estatus quo, más aún, a aquellos que están decididos a mantenerlos por miedo, por comodidad, o porque ni siquiera han considerado la alternativa.

Aquel que se atreve a realizar una utopía, se arriesga a fracasar. Pero en última instancia siempre gana. Aprendí que la identificación con su propósito conduce al dominio de lo inhabitual sobre lo cotidiano. También a la humildad ante el objetivo.

Yo soy una persona completamente normal. La mayoría de las personas sanas también podrían hacer lo que yo hago, o lo que he hecho. Sólo tendrían que quererlo con la misma vehemencia con que lo quiero yo. Y esto no sólo se refiere a caminar por la Antártida y a escalar el Everest. Lo que sucede antes es más importante. Prepararse, subordinarse a la tarea, ser uno mismo el objetivo.

La acción lleva aparejados el valor, la energía el coraje y sobre todo la confianza en el propio sentido común. Quien se orienta por el sentido común de los demás, se convertirá sin darse cuenta en un imitador.

Si al final consigo alcanzar la cumbre, se debió únicamente a que se había identificado con esa firma, se había entrenado durante meses, y había permanecido poseído por su objetivo hasta el final.

La realidad en sí misma permaneció oculta, y reconocible.

Sólo los fuertes soportan la injusticia.

¡Cuántas personas se pierden en lo cotidiano y no hacen aquello que en realidad les gustaría hacer

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